Nuestros antepasados sobrevivieron durante miles de años basando su alimentación en alimentos ricos en proteína y grasa, con una reducida cantidad de carbohidratos, que obtenían mayoritariamente en una época determinada del año y de fuentes como las frutas y verduras. La sociedad actual, desoyendo “lo que nos dice la evolución sobre nuestra alimentación”, ha adoptado estilos mucho menos sanos, como son la consabida pirámide nutricional y su excesiva recomendación de consumo de cereales, así como una serie de vicios y costumbres poco o nada recomendables.
Metabolismo cetogénico
La cetosis es un estado de nuestro metabolismo en que se utilizan como combustible las reservas grasas, que se convierten en unas moléculas denominadas cuerpos cetónicos, a partir de los cuales se puede obtener energía. Dado que el cuerpo humano está preparado genéticamente para almacenar grasa, activar el estado de cetosis supone acceder a una reserva energética inmensa (unas 100.000 calorías) comparada con las escasas reservas de glucógeno (unas 2.000 calorias). Sin embargo, como ya comentamos, este increíble tesoro energético permanece inaccesible en tanto los carbohidratos se encuentren presentes, pues la glucosa es la primera molécula en metabolizarse.
Principales efectos de la cetosis
Injustamente demonizada por médicos y nutricionistas durante décadas, la dieta cetogénica es una gran desconocida para la población en general, que no puede imaginar las ventajas de este tipo de dietas en su salud. La mala prensa de la dieta Dukan por motivos no precisamente científicos se extendió a todas las dietas bajas en hidratos de carbono y contribuyó a dinamitar una poderosa herramienta que ya venía siendo ignorada desde mucho tiempo atrás. De hecho, recientemente, hemos tenido en la prensa de este país cierta noticia sobre los perjuicios de las dietas hiperproteicas para la salud, y es que parece que todo aquello que se aleje de la reverenciada pirámide nutricional está proscrito. Hagamos ahora un repaso de las principales aplicaciones (todas ellas científicamente contrastadas) de las dietas cetogénicas.
La cetosis ha sido históricamente utilizada en el tratamiento de la epilepsia. El descubrimiento, por parte de algunos médicos, de que los ayunos prolongados ejercían un efecto regulador en las crisis epilépticas llevó a investigar acerca de cómo reproducir este estado de “inanición” sin que la falta de alimentos acabara con la vida de los niños. El problema es que las dietas se planificaban mal y debido a falta de una formación adecuada y a miedos infundados, con el paso del tiempo han acumulado una mala reputación entre muchos sectores de la profesión médica, lo que ha hecho que solo algunos círculos de especialistas empleen de forma realmente correcta la cetosis; cuando el uso es adecuado, los resultados son espectaculares. Con la aparición de los primeros fármacos antiepilépticos pareció decaer el interés por las dietas cetogénicas, que no recuperaron su merecido protagonismo hasta bien entrada la década de los 80 de la mano de algunos como el Dr. John Freeman, del Hospital Johns Hopkins. La cetosis produce un cambio en el metabolismo a nivel cerebral, modificando las concentraciones de multitud de moléculas y ejerciendo un efecto estabilizador del funcionamiento neuronal. Se ha demostrado que, durante los estados de cetosis prolongados, se incrementa la proporción ATP/ADP en el tejido cerebral, con lo que podríamos decir, sin temor a equivocarnos, que la cetosis mejora el rendimiento intelectual.
Resulta evidente es que las dietas cetogénicas son más efectivas en la pérdida de peso que una dieta baja en grasas, pues su fundamento es precisamente consumir la grasa corporal. Sin embargo, hay algo más. Cuando se estudiaron los cambios en la composición corporal se observó que no solo existe un descenso de la masa grasa total, sino que también decrecen los niveles de triglicéridos, LDL-colesterol y glucosa en sangre, a la vez que aumentan los niveles de HDL-colesterol. Esto ha resultado de utilidad a la hora de mejorar el control en los niveles de glucemia de los pacientes con diabetes tipo II, reducir el riesgo de arterioesclerosis y disminuir la presión arterial.
Las dietas altas en grasas y bajas en carbohidratos permiten además una pérdida de masa grasa sin comprometer el mantenimiento del tejido muscular. Esto ocurre por la sencilla razón de que, en abundancia de cuerpos cetónicos, el cuerpo no necesita otras fuentes energéticas como son las proteínas musculares que sí se metabolizan en las dietas hipocalóricas altas en hidratos de carbono junto con la glucosa.
Otro efecto interesante es la capacidad de este tipo de dietas para regular los mecanismos del hambre y aumentar la saciedad de las comidas. Una alimentación carente o reducida en hidratos de carbono de alto índice glucémico, con una mayor cantidad de proteínas y grasas, estaría relacionada con una disminución del apetito a través de distintos mecanismos en los que intervienen hormonas y otras moléculas como la insulina, la GLP-1, el péptido YY, o la oleitanolamida.
Con respecto al rendimiento deportivo siempre se ha especulado con que una dieta baja en hidratos, con la consecuente depleción de las reservas de glucógeno muscular y hepático, conllevaría un descenso en el rendimiento deportivo aunque se ha demostrado que esto no ocurre, ya sea en actividades de alta intensidad y corta duración (como pueden ser los ejercicios de gimnasia), o en actividades de larga duración en las cuales, de hecho, los deportistas pueden beneficiarse del aumento en el umbral aeróbico (momento en que el glucógeno se convierte en fuente principal de energía) con el consecuente uso de las grasas como principal sustrato energético así como del aumento del umbral anaeróbico (momento en el cual las concentraciones de ácido láctico son mayores de lo que el cuerpo puede eliminar). Las tendencias actuales entre muchos deportistas olímpicos es a emplear (algunos durante toda la temporada y otros de forma cíclica) dietas bajas en carbohidratos; uno de los primeros en comentar que seguía este tipo de alimentación fue el exgimnasta norteamericano Stephen McCain (en la foto). No obstante se necesitan más estudios con grupos de mayor tamaño que nos permitan obtener toda la información acerca de los efectos de las dietas cetogénicas en deportistas y nos guíen hacia cómo maximizar sus ganancias.
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